SALMOS 55:1-8
Escucha mi oración, oh Dios;
¡no pases por alto mi grito de auxilio!
2Por favor, escúchame y respóndeme,
porque las dificultades me abruman.
3Mis enemigos me gritan;
me lanzan perversas amenazas a viva voz.
Me cargan de problemas
y con rabia me persiguen.
4Mi corazón late en el pecho con fuerza;
me asalta el terror de la muerte.
5El miedo y el temblor me abruman,
y no puedo dejar de temblar.
6Si tan solo tuviera alas como una paloma,
¡me iría volando y descansaría!
7Volaría muy lejos,
a la tranquilidad del desierto. Interludio
8Qué rápido me escaparía,
lejos de esta furiosa tormenta de odio.
Estimado lector:
David, agobiado por el peso de las presiones externas y la angustia interna, exclamó esta oración. Algunos historiadores suponen que esto ocurrió debido a la irrupción de la conspiración de Absalón y la deserción del pueblo. Probablemente, el recuerdo de su pecado en lo de Urías agregó mucho a su temor. Sin embargo, nadie fue tan abrumado como Jesús cuando se expuso al dolor y ofreció su alma como sacrificio por los pecados de la humanidad.
La oración es un bálsamo para toda herida y un alivio para el espíritu sometido a cualquier carga. David no buscaba la victoria, sino el reposo. Todo ser humano puede identificarse con el deseo de David de “volar y descansar”. En ocasiones, los sentimientos de culpa persisten incluso después de haber confesado y arrepentido el pecado. Estas cargas no provienen del Señor.
Los hijos de Dios deben aprender a clamar al Señor en toda tribulación, y Él los salvará. Él les dará la fortaleza y la confianza para sentir que no están solos.