SALMOS 90:1-8
Señor, a lo largo de todas las generaciones,
¡tú has sido nuestro hogar!
2 Antes de que nacieran las montañas,
antes de que dieras vida a la tierra y al mundo,
desde el principio y hasta el fin, tú eres Dios.
3 Haces que la gente vuelva al polvo con solo decir:
«¡Vuelvan al polvo, ustedes, mortales!».
4 Para ti, mil años son como un día pasajero,
tan breves como unas horas de la noche.
5 Arrasas a las personas como si fueran sueños que desaparecen.
Son como la hierba que brota en la mañana.
6 Por la mañana se abre y florece,
pero al anochecer está seca y marchita.
7 Nos marchitamos bajo tu enojo;
tu furia nos abruma.
8 Despliegas nuestros pecados delante de ti
—nuestros pecados secretos—y los ves todos.
Estimado lector:
Es probable que esta oración, atribuida a Moisés, haya sido escrita durante los cuarenta años en que Dios hizo que su pueblo vagara por el desierto como consecuencia de su infidelidad. Durante ese tiempo, una generación desobediente murió, y Moisés, al ser testigo de este episodio, ora a Dios pidiendo la restauración de Su gracia y bendición, reconociendo las iniquidades y el castigo merecido por la desobediencia.
Cuando el hombre comprende su temporalidad en la tierra, puede encontrar en Dios su Refugio seguro, ya que, por muy buena que sea la vida, las cosas no siempre son como deberían, lo que trae descontento al corazón humano y lo lleva a distanciarse y rebelarse contra Dios.
La eternidad de Dios, manifestada por Moisés en su oración, es evidente; esto significa que Dios ha existido siempre, por toda la eternidad, y nunca dejará de ser. Para Dios, mil años son como un instante. Todo lo que existe fue creado por Él, y el mundo entero está bajo Su poder. Dios tiene control sobre la vida y la muerte. Sin embargo, el ser humano está tan aferrado a la vida que anhela ser eterno en la tierra.