SALMOS 77:1-9
Clamo a Dios: sí, a gritos.
¡Oh, si Dios me escuchara!
2 Cuando estaba en graves dificultades,
busqué al Señor.
Toda la noche oré con las manos levantadas hacia el cielo,
pero mi alma no encontró consuelo.
3 Pienso en Dios y gimo,
abrumado de tanto anhelar su ayuda. Interludio
4 No me dejas dormir;
¡estoy tan afligido que ni siquiera puedo orar!
5 Pienso en los viejos tiempos,
que acabaron hace tanto,
6 cuando mis noches estaban llenas de alegres canciones.
Ahora busco en mi alma y considero la diferencia.
7 ¿Me habrá rechazado para siempre el Señor?
¿Nunca más volverá a ser bondadoso conmigo?
8 ¿Se ha ido para siempre su amor inagotable?
¿Han dejado de cumplirse sus promesas para siempre?
9 ¿Se ha olvidado Dios de ser bondadoso?
¿Habrá cerrado de un portazo la entrada a su compasión?
Estimado Lector:
Este salmo comienza con un pensamiento común en los salmos, con el salmista describiendo su clamor a Dios. Los días de angustia deben ser días de oración, especialmente cuando Dios parece haberse apartado del creyente. Es entonces cuando más deben buscarlo de manera persistente hasta encontrarlo.
En el día de su congoja, el salmista no buscó las distracciones que ofrece el mundo para librarse de su aflicción, sino que buscó a Dios, su favor y su gracia.
Cuando el creyente clama a Dios y siente que es escuchado, recibe la pacífica seguridad de la fe. Sin embargo, este no siempre es el caso. En ocasiones, la dificultad permanece y el creyente tiene la sensación de que Dios ha escuchado su oración, pero el problema aún persiste, lo que le trae más frustración.
Un ejemplo de esto es lo que sintió Pablo con respecto a su aguijón en la carne, descrito en 2 Corintios 12:7-10. Al principio, sintió la frustración de una oración sin respuesta; luego, sintió el desafío de una oración respondida, pero no de acuerdo con sus expectativas.
Este es el tipo de lucha con Dios que conocen aquellos que están más avanzados en su relación con Dios.